La noche estuvo convulsa.
Soñé que mi padre se acababa de jubilar.
Lo iba a buscar a una parada de autobuses junto a mi madre, a lo lejos lo divisé, usaba botines y una falda escocesa blanca.
Él confesaba que había esperado toda su vida para poder disfrutar la libertad de la falda en sus piernas.
De pronto viajábamos a mi casa en Monteverde, yo descubría con asombro que empleados del acueducto comunitario habían construido una toma de agua en nuestra propiedad: “Tienen una naciente en su terreno, y vamos a entubarla para ayudar en el abastecimiento de la comunidad”.
Aunque no me hacía muy feliz, pensé para mis adentros que era una suerte tener agua cerca, de cara al cambio climático.
Se había vuelto de noche, mi hermano y yo cuidábamos la casa, yo me preparaba para un reunión que tendría en una habitación vacía, meditando, no sabía quien sería mi interlocutor, pero en lo profundo de la mente en calma lo descubriría.
Luego desperté…
En el transcurso del desayuno conecté todos estos retazos del sueño con conversaciones de los últimos días.
Pensé en lo incoherentes que resultaban a la luz de la vigilia, luego se me ocurrió que tal vez la vida es profundamente incoherente y solo lo percibimos a través de los sueños.